jueves, 19 de agosto de 2010

Sor Juana Inés de la Cruz



Hombres necios que acusáis 
a la mujer sin razón, 
sin ver que sois la ocasión 
de lo mismo que culpáis: 

si con ansia sin igual 
solicitáis su desdén, 
¿por qué queréis que obren bien 
si la incitáis al mal? 

Cambatís su resistencia 
y luego, con gravedad, 
decís que fue liviandad 
lo que hizo la diligencia. 

Parecer quiere el denuedo 
de vuestro parecer loco 
el niño que pone el coco 
y luego le tiene miedo. 

Queréis, con presunción necia, 
hallar a la que buscáis, 
para pretendida, Thais, 
y en la posesión, Lucrecia. 

¿Qué humor puede ser más raro 
que el que, falto de consejo, 
él mismo empaña el espejo, 
y siente que no esté claro? 

Con el favor y desdén 
tenéis condición igual, 
quejándoos, si os tratan mal, 
burlándoos, si os quieren bien. 

Siempre tan necios andáis 
que, con desigual nivel, 
a una culpáis por crüel 
y a otra por fácil culpáis. 

¿Pues como ha de estar templada 
la que vuestro amor pretende, 
si la que es ingrata, ofende, 
y la que es fácil, enfada? 

Mas, entre el enfado y pena 
que vuestro gusto refiere, 
bien haya la que no os quiere 
y quejaos en hora buena. 

Dan vuestras amantes penas 
a sus libertades alas, 
y después de hacerlas malas 
las queréis hallar muy buenas. 

¿Cuál mayor culpa ha tenido 
en una pasión errada: 
la que cae de rogada, 
o el que ruega de caído? 

¿O cuál es más de culpar, 
aunque cualquiera mal haga: 
la que peca por la paga, 
o el que paga por pecar? 

Pues ¿para qué os espantáis 
de la culpa que tenéis? 
Queredlas cual las hacéis 
o hacedlas cual las buscáis. 

Dejad de solicitar, 
y después, con más razón, 
acusaréis la afición 
de la que os fuere a rogar. 

Bien con muchas armas fundo 
que lidia vuestra arrogancia, 
pues en promesa e instancia 
juntáis diablo, carne y mundo.

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