Me levanto temprano por la mañana, tomo un baño y desayuno un rico café con un poco de pan; salgo de casa y camino unas cuantas cuadras para tomar el autobús hacia mi trabajo.
Veo en mi camino a la eterna vecina de la cuadra, que fiel a su costumbre, llueva, truene y relampaguee, sale y barre el frente de su casa; si alguien sabe del pasar del tiempo es ella, nos ha visto crecer a todos los de la cuadra. Veo como es que una vecina corre a todo prisa con su hijo por la calle hacia la escuela; se le ha hecho algo tarde, entre regaño y regaño, le recuerda sobre la tarea y le pregunta que si no la ha olvidado, el niño a todo dice que si.
Al llegar a la esquina llega hasta mi, el rico olor de la comida casera, la señoras venden unas ricas gorditas y tienen como plus que venden café para estas mañanas tan frescas. Me prometo darme el tiempo a la mañana siguiente para disfrutar también de unas gorditas al carbón, mientras se me hace agua la boca.
Sin darme cuenta llego hasta las puertas de la primaria, la madre que vi unas cuadras atrás, ahora platica con el portero entre dándole las gracias por dejar pasar a su hijo y enterándose de las novedades del día. Me doy el tiempo de ver que es lo que pasa dentro de la escuela; los niños están formados en torno a la explanada y el sonido retumba entre siseos un sonido muy familiar, es Lunes y la bandera engalana la explanada acompañada de su escolta de honor; los pasos de las niñas son algo temerosos, pero supongo que es mas por el miedo a equivocarse que por la falta de práctica, que tarde a tarde repasan una y otra vez.
Se entona el Himno Nacional, los niños quizá no entiendan bien a bien todo lo que eso significa, pero se nota su esfuerzo porque la cantan a todo pulmón; yo viendo la escena no hago mas que recordar aquellos tiempos ahora tan lejanos, mis padres siempre me dijeron la importancia del respeto a los símbolos patrios y de lo orgulloso que debo de estar por mis raíces. Recuerdo que un día, en medio del campo en que mi abuelo sembraba con sus propias manos, me gustaba pensar que México era el centro del Mundo, aunque no tenía la menor idea de qué tan grande éste era.
Sigo mi camino y me topo con un perro callejero que también ve aquello con algo de asombro o algo de interés, pero al igual que yo, retoma su rumbo.
La plaza frente a la escuela recibe a sus primeros visitantes, que no son mas que los mismos que día tras día, año con año, están ahí. El señor que vende naranjas y pepinos con chile, el que bolea los zapatos, quien vende el periódico, los dos o tres ancianos que platican sus viejas batallas mientras sonríen y en un instante vuelven a ser solo un grupo de adolescentes, la palomas reclaman lo suyo mientras las madres, que antes estaban ante la escuela, tratan de retomar sus vidas con algún infante tomado de sus manos.
Llego a la esquina y corro con algo de suerte, el camión que tomo llega en ese momento, lo abordo y busco el primer asiento que veo disponible a un lado de la ventana.
Cuántos colores y cuántos olores... que rico es mi país en costumbres y tradiciones en tan solo unas cuadras.
Cuadras mas adelante abordan dos jóvenes, una señorita y un señor con guitarra en mano; la joven no tarda mucho en encontrar lugar pues un caballero le a cedido el suyo, de pronto la persona con guitarra entona una vieja pero bonita canción.
Voy con buen tiempo, el clima es perfecto, mientras me digo que bueno es despertar y darme cuenta de que soy -orgullosamente- Mexicano...
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