martes, 18 de agosto de 2020

Bob...

 Bob… 



Es probable que Bob supo mas de la vida que muchos de nosotros…


De vez en cuando lo descubría viendo al cielo, respirando, como apreciando el viento; alimentándose de Praná quizá, era común verlo como en trance, como disfrutando el hoy, el ahora, eso solo lo hace quien tiene otro tipo de vivencias, otro tipo de vida, otro concepto de Dios.


Bob, era de esos que salía de casa con toda al actitud, no miraba hacia atrás, solo miraba el camino que tenía al frente al atravesar el marco de la puerta; no he conocido nadie que lo haga con esa certeza, certeza que a veces yo intento y quiero emular…


A veces Dios pone en tu vida a ciertos personajes que dejan huella, enseñanzas y aprendizajes; la vida es la mejor de las escuelas, una que te cobra cada que te equivocas, pero que te hace mas sabio conforme vas avanzando, siempre y cuando prestes mucha atención a los pequeños detalles, porque esos son los que la conforman.


El buen Bob, siempre fue un buen compañero, se preocupaba por mi; cuando me acompañaba a correr me alentaba a seguir adelante; en las peleas en las que me vió participar, siempre se ponía en medio, evitando que las siguiera; en las noches deambulaba por la calle, tratando de velar mi sueño por las calles.


El pequeño Bob, era una de esas almas que rejuvenecía cada que salía en busca del destino, cada que algo le dolía, salía a robarle minutos al tiempo; no le importaba a noche o el día, nunca es tiempo suficiente para encontrarte a ti mismo y a tu destino.


Un día pensé que se había perdido, que el mal tiempo me lo había quitado; pero supongo que tuvo que ir mas lejos a robar mas tiempo, a rendir algunas cuentas que le dieron mas saldo para mas vivencias; después de algunas semanas, veo como es que se asoma por la reja, como quien dice “hey, qué haces?”… salí corriendo, lo llame por su nombre, él con sus ojos cansados trato de reconocer a su amigo de parranda, quizá no por su imagen, pero sí por su olor, el olor de casa, el olor de una amistad muda y de una amistad acompañada.


Mi pequeño Bob… se fue un día, un buen día en mi cumpleaños; al principio no lo entendí, pensé que era una mala broma del destino, pero hoy… después de mucho tiempo, entiendo que él cumplió con acompañarme ese día, con su último aliento, con su vista ya casi nublada, pero con sus oídos y olfato mas puestos que nunca, mas vivos que de costumbre, supongo que sonrió y con un último suspiro dijo adiós… 


Bobito… espero que hayas tenido una excelente vida a nuestro lado, del mismo modo que tu fuiste una excelente compañía en la mía… 


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