viernes, 19 de diciembre de 2025

La oveja negra o el chivo expiatorio de tu familia


¿Tienes claro si eres la oveja negra o el chivo expiatorio de tu familia?

Porque en estas fechas suele revelarse con una claridad incómoda.

Llegan las reuniones, las mesas largas, el recalentado, las cheves y los tragos… y de pronto todo se acomoda. Las bromas “sin mala intención”, los comentarios disfrazados de consejo, las miradas que juzgan sin decir nada. No es que la familia se ponga rara en Navidad, solo deja de disimular.

La oveja negra casi siempre lo sabe. Es la que no siguió el guion, la que eligió distinto, la que incomodó por existir fuera del molde. Y puede que la etiqueta pueda doler un poco, incluso cuando sea autoimpuesta. Pero ahí hay algo de decisión. De honestidad brutal.

El pedo empieza cuando esa diferencia deja de ser solo “ser distinto” y empieza a pasarte factura. Cuando ya no es tu rareza, sino tu culpa. Cuando te empiezan a colgar el muerto de todo lo que no funciona.

Sin darte cuenta, pasas de ser la oveja negra al chivo expiatorio.

Y entonces... ya no solo eres quien siempre genera problemas, exagera o no sabe estar en paz. Sino que, sin importar qué hagas, algo termina cayendo sobre ti. Y la familia, curiosamente, se siente más tranquila así. Porque todo parece tener más sentido cuando ya hay a quién señalar.

No es personal. Es sistémico.

Las familias, como cualquier sistema, buscan equilibrio. Y cuando hay cosas que no se hablan, alguien las termina cargando. Secretos, silencios, frustraciones heredadas, rencores mal digeridos. Nada de eso desaparece. Solo se acomoda en una persona.

Si a ti te tocó ser “el chivito”, lo más probable es que vivas con un cansancio raro. Un agotamiento que no se quita durmiendo. La sensación constante de estar fallando aunque estés haciendo las cosas bien. 

Una culpa flotante que no sabes de dónde viene.

No te duele tu familia.

Te duele el lugar que te dieron en ella.


Desde una mirada simbólica, el chivo expiatorio cumple una función antigua: absorber la mierda emocional del grupo para que el sistema no se rompa. El conflicto no se resuelve. Solo se deposita.

Y entender esto no es para pelear en la cena ni para ponerte en modo víctima ilustrada. Es para algo mucho más práctico: dejar de cargar lo que no te corresponde.

Así que en las próximas fiestas, además de divertirte viendo a los tíos pelear por los terrenos de la abuela, o pelearlos tú si tienes la edad… observa.

Fíjate cuándo ser distinto se vuelve culpa. Cuándo la incomodidad se transforma en señalamiento. 

Cuándo pasas de elegir tu camino a sostener el malestar de otros.

A veces, ahí está la respuesta a más de un peso que traes arrastrando.

Porque lo simbólico no está para apapacharte.

Está para ayudarte a ver claro.

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