Escribo.
Valgo poco si no escribo. Puede que lo haga bien o mal, ¿pero qué importa eso? Si sólo junto y ordeno palabras para comunicarme en una charla banal, para contribuir al ruido de ambiente, si las entrego vía mail para obtener a final de mes un sueldo con el que mantener la rutina cómoda y feliz con la que me envuelvo. Si no escupo y arrojo palabras hasta escucharme bien, hasta oír mi propia voz con claridad (que es ésta, no la otra). Si no escribo, entonces soy sólo yo en casa, yo con amigos, yo en el trabajo, yo durmiendo. Solo quedan memorias defectuosas, días que se confunden con otros, meses de límites borrosos, años que se sobreescriben sobre el anterior. Yo en distintos escenarios, situaciones sociales, la yo que ven los demás, si es que ellos, alguien, me recuerda.
Si no escribo, los pensamientos, las reflexiones, la belleza que encuentro en las cosas, la amargura y la tristeza de comprender, los ojos prendidos un instante de lo que me rodea, el vértigo de adivinar el interior de otro mientras me habla -a veces sólo un segundo-, la luz, los días, la percepción del tiempo, el momento en el que levanto los ojos de un libro y miro al frente sin mirar, sólo pensando. Si no escribo, no son más que sinapsis cerebrales, reacciones químicas que nacen y mueren y desaparecen sin haber siquiera existido porque nadie las supo y ni siquiera rozaron la memoria. Si no escribo, no queda nada, poco valgo. Puedo hacerlo bien o mal, ¿pero qué importa eso? Escribo y soy yo.
Carmen Pacheco
http://carmenpacheco.es
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